Daniel Webster vivía en una granja de las colinas de
Nueva Hampshire. El muchacho era pequeño
para su edad. Tenía cabellos
negros. Sus ojos también eran negros,
pero eran tan oscuros y hermosos que quienes los veían no los podían olvidar.
Él era muy diferente a otros niños granjeros: tenía un
corazón tierno y sensible. Amaba los
árboles, las flores y los animales silvestres e indefensos que hacían en ellos
su hogar. Esto, unido a la poca fuerza
que tenía para realizar las duras tareas de la granja, hacía que pasara mucho
tiempo jugando en el bosque y por el campo.
Sin embargo, no era éste su único pasatiempo, aprendió
a leer mucho antes de ir a la escuela. Y
leía tan bien que todos querían escucharlo.
Sus propios vecinos, al pasar junto a la granja, detenían sus carros
para pedir que el niño les leyera algo.
En aquel tiempo no existían libros escritos
especialmente para los niños. En
realidad, los libros eran escasos. En la
biblioteca de la granja había unos pocos ejemplares. Daniel leyó tantas veces éstos y los que pudo
conseguir, que llegó a saber todo cuanto contenían.
Esta capacidad lo llevó a aprender mucho de la
Biblia. Memorizó muchísimos versículos, que
repetía sin equivocarse; y los recordó durante toda su vida.
El papá de Daniel era el Juez del condado. Él amaba y respetaba la Ley, y deseaba que su
hijo llegara a ser abogado.
“…una
marmota hizo su madriguera al costado de la colina…” ¡Dibújala!
|
Daniel y su hermano mayor, llamado Ezequiel,
decidieron atrapar al pequeño ladrón.
Probaron capturarlo de muchas formas, pero no tuvieron éxito. El ladrón era demasiado inteligente para
ellos. Después de mucho tiempo de vanos
intentos, armaron una trampa resistente.
La colocaron en el camino por el que solía transitar el animal, y… al
día siguiente, ¡la marmota cayó en la trampa!
-¡Al fin la tenemos! –Gritó Ezequiel-. Ahora, señor Marmota, llegó el final de tu
carrera destructiva. ¡Te mataré!
-No. No la
mates -dijo Daniel, compadecido del animal-.
Llevémosla al bosque que está detrás de las montañas. Allí la soltaremos para que se vaya.
A Ezequiel no le gustaba nada la idea, pues su corazón
no era tan tierno como el de su hermano menor.
Se rió de la propuesta de Daniel y quería, a toda costa, matar al dañino
roedor.
-Preguntémosle a papá –dijo Daniel.
-De acuerdo. Yo
sé lo que el Juez va a decidir. –Respondió
Ezequiel.
Los muchachos alzaron la jaula con la marmota y se
encaminaron al lugar donde estaba su padre.
-Papá, atrapamos al ladrón de repollos –dijo
triunfalmente Ezequiel.
-Queremos saber qué haremos con él –añadió Daniel.
-Bien, muchachos –contestó el padre-. Haremos lo siguiente: Celebraremos un juicio
y ustedes serán los abogados. Cada uno presentará
su causa a favor o en contra del prisionero.
Yo decidiré el castigo.
Ezequiel, por la acusación, comenzó con el primer
discurso: -Este ladrón ya hizo mucho daño.
Estos animales son malos y no se puede confiar en ellos. Me llevó tiempo
y esfuerzo tratar de atraparlo, si ustedes lo soltaran otra vez, probablemente
haga más daño que antes. Su piel podría
venderse por 10 centavos, pues es un animal pequeño; con todo, eso puede cubrir
una parte del repollo que ha comido. Si
lo soltamos, ¿cómo recuperaremos ni siquiera un céntimo de nuestra
pérdida? Por consiguiente, es claro que
el animal es más útil muerto que vivo.
Quitémosle, pues, de en medio lo más rápido que podamos.
Lo que dijo Ezequiel agradó mucho al juez. Cuanto había dicho no era más que la verdad,
y fue tan preciso en su exposición que sería muy difícil para Daniel rebatir sus argumentos.
Daniel inició su discurso rogando por la vida del
animal: -Yo pido por la vida de esta criatura –dijo mirando fijamente el rostro
del juez-. Dios creó la marmota para que
viva en libertad, para que goce de los bosques, del campo, de la naturaleza…
Este animal tiene derecho a vivir, pues Dios mismo se lo concedió.
-El Señor nos da el alimento. En realidad, nos da todo cuanto tenemos,
¿cómo podemos negarnos a compartir tan sólo un poco con este pobre animal, que
es también una criatura de Dios con los mismos derechos que tenemos nosotros a
recibir los dones de nuestro Creador?
-La marmota no es un animal salvaje, como el lobo o el
zorro. Vive en quietud y paz; anda
silenciosamente por el bosque. Un
agujero en la colina y un poco de comida es todo cuanto quiere. Ella sólo dañó unas pocas plantas; las que le
eran necesarias para seguir con vida.
Ella tiene derecho a vivir, a alimentarse y a ser libre. Nosotros no tenemos autoridad para privarla
de sus derechos.
-¡Miren sus ojos implorantes! Su mirada es tierna. Véanla temblar de miedo. Ella no puede hablar, esta es la única forma
en que puede comunicarse con nosotros y rogarnos por su vida, que le es tan
preciosa… ¿Seremos tan egoístas que le quitaremos la vida que Dios le dio?
Mientras el juez escuchaba a Daniel, sus ojos se
llenaron de lágrimas. Emocionado, pensó que
Dios le había dado un hijo que alguna vez sería famoso. Y… sin dejar que la Defensa terminara el
discurso, se levantó enérgicamente y secándose las lágrimas, exclamó: -¡Ezequiel! ¡Deja en libertad a la marmota!
ACTIVIDAD
Une con línea cada hecho con el orden secuencial que le corresponde
1 El juez se conmovió por el discurso de Daniel
2
Una marmota comió repollos de la
huerta
3 El
niño jugaba en el campo y aprendió a leer antes de ir a la escuela
4 Los
muchachos capturaron al animal, lo encerraron y lo llevaron a juicio
5 Daniel
vivía en una granja de Nueva Hampshire
6 Ezequiel
y Daniel se propusieron atrapar a la marmota
7 El
juez Webster mandó liberar a la marmota
8 Ezequiel
acusó a la marmota y Daniel la defendió
No hay comentarios:
Publicar un comentario