Te contaré, amigo, algo que tal
vez no sepas; quizás, de tanto andar por
la vida y mantenerte encerrado en tu mundo, ni intuyas siquiera que existen
este tipo de sensaciones y estas realidades tan sensibles y singulares…
Ayer, mientras salía del lugar de
reunión, detuve la vista en un grupo de varoncitos de unos siete años de edad,
en promedio. Miré cómo todos rodeaban a
un niño que soplaba una botella de gaseosa llena de agua; una delgada manguera
salía del envase y zigzagueando se hundía en una rejilla del patio, donde otro
niño la sujetaba. Todos seguían
expectantes el proceso.
Al verlos no pude menos que
exclamar: “¡Qué maravilla! ¡Aquí hay un
grupo de científicos! ¡Eso que están
haciendo es un experimento de laboratorio!”.
Yo, en realidad, estaba
fascinada. Los niños juegan, saltan, se
pelean, hacen cualquier cosa cuando están juntos, menos sumergirse en los
intrincados senderos de la ciencia; eso era algo digno de aplaudirse. Y así lo hice. Seguí lenta y felizmente mi camino cuando me
percaté de que el más pequeñito de ellos me seguía. Al prestarle atención, me dijo con
entusiasmo: “¿Te gustó lo que estamos haciendo, tía?”.
“¡Por supuesto!”, exclamé. “Ustedes estaban poniendo en práctica principios
de una ciencia llamada Física.
Principios que tienen que ver con la fuerza y la presión. ¡Claro que me gusta!”, añadí. El niño se alejó gozoso; y yo sé muy bien que
esas palabras sinceras, cargadas de emotividad, dichas por alguien que tal vez signifique
algo para sus pequeñas vidas, marcará a fuego a alguno. Yo te aseguro, mi caro amigo, que por lo
menos uno de ellos sobresaldrá en alguna ciencia.
Te cuento otra anécdota. Cuando tenía unos once años aproximadamente,
escribí mi primera poesía. La recuerdo
muy bien. ¿A que no sabes de qué se
trataba? ¡De pajaritos! Le hice un lindo
dibujo y se la mostré a Ricardo Landeira, uno de mis compañeritos más
traviesos. Mi pupitre estaba al frente
mismo del escritorio del maestro, y cuando Landeira vio la poesía, exclamó vez
tras vez: “¡Señor Osorio, señor Osorio,
López escribió una poesía!”. Lamentablemente parece que la cabeza del maestro
andaba en otra cosa o no había sido nunca enfrentada al gran privilegio que
tienen los docentes de descubrir y potenciar talentos. Hasta ahora me pregunto qué sitio en la
Literatura americana habría ocupado yo ahora si ese maestro hubiese atendido la
voz de su alumno y hubiese invertido en mí algo de su tiempo? Nunca lo sabré. Lo que yo sí sé es que, mientras tenga vida,
jamás dejaré de ponderar y apreciar cuanta cosa digna de destacarse se exponga
al frente mío. No existe algo más extraordinario y satisfactorio que impulsar
las jóvenes vidas, ¡y cuánto más si conoces a Jesucristo, quien puede quitar de en
medio los obstáculos de traumas, miedos, culpa y cuanta cosa se encargan las
personas de poner, consciente o inconscientemente, en el camino de otras personas
para impedirles desarrollarse y crecer en la vida!
Mirta de Eisenkölbl
Lambaré, 10 de noviembre de 2013.-
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