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noviembre 11, 2013

Descubrir y potenciar talentos



Te contaré, amigo, algo que tal vez no sepas;  quizás, de tanto andar por la vida y mantenerte encerrado en tu mundo, ni intuyas siquiera que existen este tipo de sensaciones y estas realidades tan sensibles y singulares…

Ayer, mientras salía del lugar de reunión, detuve la vista en un grupo de varoncitos de unos siete años de edad, en promedio.  Miré cómo todos rodeaban a un niño que soplaba una botella de gaseosa llena de agua; una delgada manguera salía del envase y zigzagueando se hundía en una rejilla del patio, donde otro niño la sujetaba.  Todos seguían expectantes el proceso.

Al verlos no pude menos que exclamar:  “¡Qué maravilla! ¡Aquí hay un grupo de científicos!  ¡Eso que están haciendo es un experimento de laboratorio!”.

Yo, en realidad, estaba fascinada.  Los niños juegan, saltan, se pelean, hacen cualquier cosa cuando están juntos, menos sumergirse en los intrincados senderos de la ciencia; eso era algo digno de aplaudirse.  Y así lo hice.  Seguí lenta y felizmente mi camino cuando me percaté de que el más pequeñito de ellos me seguía.  Al prestarle atención, me dijo con entusiasmo: “¿Te gustó lo que estamos haciendo, tía?”.

“¡Por supuesto!”, exclamé.  “Ustedes estaban poniendo en práctica principios de una ciencia llamada Física.  Principios que tienen que ver con la fuerza y la presión.  ¡Claro que me gusta!”, añadí.  El niño se alejó gozoso; y yo sé muy bien que esas palabras sinceras, cargadas de emotividad, dichas por alguien que tal vez signifique algo para sus pequeñas vidas, marcará a fuego a alguno.  Yo te aseguro, mi caro amigo, que por lo menos uno de ellos sobresaldrá en alguna ciencia.

Te cuento otra anécdota.  Cuando tenía unos once años aproximadamente, escribí mi primera poesía.  La recuerdo muy bien.  ¿A que no sabes de qué se trataba?  ¡De pajaritos! Le hice un lindo dibujo y se la mostré a Ricardo Landeira, uno de mis compañeritos más traviesos.  Mi pupitre estaba al frente mismo del escritorio del maestro, y cuando Landeira vio la poesía, exclamó vez tras vez:  “¡Señor Osorio, señor Osorio, López escribió una poesía!”. Lamentablemente parece que la cabeza del maestro andaba en otra cosa o no había sido nunca enfrentada al gran privilegio que tienen los docentes de descubrir y potenciar talentos.  Hasta ahora me pregunto qué sitio en la Literatura americana habría ocupado yo ahora si ese maestro hubiese atendido la voz de su alumno y hubiese invertido en mí algo de su tiempo?  Nunca lo sabré.  Lo que yo sí sé es que, mientras tenga vida, jamás dejaré de ponderar y apreciar cuanta cosa digna de destacarse se exponga al frente mío. No existe algo más extraordinario y satisfactorio que impulsar las jóvenes vidas, ¡y cuánto más si conoces a Jesucristo, quien puede quitar de en medio los obstáculos de traumas, miedos, culpa y cuanta cosa se encargan las personas de poner, consciente o inconscientemente, en el camino de otras personas para impedirles desarrollarse y crecer en la vida!

Mirta de Eisenkölbl

Lambaré, 10 de noviembre de 2013.-



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