¿Sabes, amigo mío, cuán hermoso es tener,
En pruebas duras y en momentos de
alegría,
En la tenebrosa noche o a la luz del día,
Un amoroso Padre hacia quien correr?
¡Oh,
si supieras que Él nunca pone excusas
Para apartar su mirada de los pobres
harapos
De quienes con sed y hambre le buscan,
Molidos por la carga de sus muchos
pecados!
Lo sé porque yo, hundida en negro pozo
me vi,
Cuando sucios mis vestidos, hueco el
corazón,
Enredada y atada a muy triste vivir,
Sentía despedazarse de mi vida la razón,
Y con voz entrecortada, ya cansada,
exclamé:
“¡Te necesito, Oh Dios, muéstrame tu
camino!”,
Y la muy potente, divina luz vislumbré
Del rostro que por amor y compasión se
deshizo.
Me mostró sus heridas,
Su espalda surcada por muchos latigazos,
Su bello corazón que por mi se partía
Al comprar mi paz en la cruz del
Calvario.
¡Oh, mi amado Jesús! Me inundó su amor,
Conmovió mis entrañas su intenso sufrir,
Y de mi vida para siempre apartó
El pecado y la tristeza que me hacían
gemir.
¿Sabes que te ama como me amó a mí?
¿Qué para Él no hay rangos, excepciones
ni clases?
¿Que por los pecados del mundo quiso
morir
Para que todo aquel que en Él creyera,
por fe se salvase?
¡Oh, como yo a sus pies una vez me
rendí,
Sal a su encuentro, no esquives su
mirar,
Porque Él anhela verte feliz,
No desaproveches, por favor, tu
oportunidad!
Mira que el Señor a tu puerta está,
Que te ofrece, amoroso, sus manos
divinas,
El único Camino que hasta Dios te hará
llegar,
No quiere tu indiferencia, sino que hoy,
¡elijas!
De Mirta López de Eisenkölbl
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