En el
centro mismo de un bosque, en una pobre choza, vivía un
leñador con su esposa y
sus hijos.
Un día
en que se hallaba hacheando cerca del río, se le cayó su herramienta de trabajo
en la torrentosa agua, en un sitio del cual no podría sacarla sin correr el
riesgo de ahogarse.
Para
colmo de males, el pobre hombre no sabía nadar, y al pensar en la triste
situación en que se verían él y su familia, se afligió mucho y se echó a llorar
amargamente.
Sin
embargo, en el momento en que estaba más abatido, vio que sobre el agua flotaba
una tenue lucecilla, y poco después observó que el ramaje de la orilla se movía
sin razón aparente. De pronto, el
leñador escuchó una dulce voz que le decía:
-¿Qué
te pasa, buen hombre? ¿Por qué estás tan
afligido?
-¡Ay
de mí! –Contestó el leñador-. He perdido
mi hacha, que era la mitad de mi vida…
Sin ella mi familia morirá de hambre…
Mientras
así hablaba el leñador, iba apareciendo ante su vista la figura de una bella
mujer vestida de blanco. Era la ninfa de
las aguas. Empero, apenas el hombre terminó
de hablar, la joven se introdujo al agua y desapareció. Unos segundos más tarde, emergió trayendo un
hacha de oro entre sus manos.
-¿Es
esta tu hacha? -Le preguntó.
El
leñador movió tristemente la cabeza de un lado a otro, y dijo: -No. Esa no es mi hacha.
La
ninfa desapareció de nuevo y regresó al instante con un hacha de plata. -¿Es esta tu hacha?
–Volvió
a preguntarle.
-Tampoco
es esa –contestó el leñador.
Por
tercera vez, la ninfa desapareció entre las aguas y al momento trajo una vieja
hacha de acero.
-¡Esa
es! ¡Esa es! –Gritó el leñador, desbordante de felicidad.
La
ninfa sentenció: -Esa es el hacha con la que ganas honradamente el pan para los
tuyos. Sin embargo, por haber dicho la
verdad, tuyas son ahora estas dos hachas.
El
leñador tomó gozosamente las dos preciosas hachas y después de dar las gracias,
las colocó en su viejo saco.
Iba
alegremente por el camino cuando encontró a un vecino suyo, un hombre que era famoso por su codicia y su
tendencia hacia la pereza. Enterado por
el leñador de las cosas que le habían acontecido, corrió a su casa en busca de
un hacha vieja y luego se dirigió al río para probar suerte.
Al
llegar a la ribera, arrojó el hacha en el agua y se puso a llorar
amargamente. No pasó mucho tiempo cuando
apareció la ninfa de las aguas y le preguntó el motivo de su tristeza.
-He
perdido mi hacha en el río –dijo sollozando.
La
ninfa se sumergió en las aguas y reapareció con un hacha de oro. -¿Es esta tu hacha? –Le preguntó.
-¡Sí!
–Gritó el leñador precipitadamente, estirando la mano para agarrarla.
-Te
equivocas –dijo el hada con pasmosa calma-.
Esta es la mía; la tuya está en el fondo del río, y si quieres
recuperarla, tendrás que zambullirte como yo.
Y
haciendo un encantador gesto, desapareció entre las cristalinas aguas del río.
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